#06 Identidad y Actores Sociales
- mariasilvam
- 11 abr 2016
- 3 Min. de lectura
En primera aproximación, la identidad tiene que ver con la idea que tenemos acerca de quiénes somos y quiénes son los otros, es decir, con la representación que tenemos de nosotros mismos en relación con los demás. Implica, por lo tanto, hacer comparaciones entre las gentes para encontrar semejanzas y diferencias entre las mismas. Cuando creemos encontrar semejanzas entre las personas, inferimos que comparten una misma identidad que las distinguen de otras personas que no nos parecen similares. Pero aquí se presenta la pregunta crucial: ¿qué es lo que distingue a las personas y a los grupos de otras personas y otros grupos? La respuesta sólo puede ser: la cultura. En efecto, lo que nos distingue es la cultura que compartimos con los demás a través de nuestras pertenencias sociales, y el conjunto de rasgos culturales particularizantes que nos definen como individuos únicos, singulares e irrepetibles. En otras palabras, los materiales con los cuales construimos nuestra identidad para distinguirnos de los demás son siempre materiales culturales. “Para desarrollar sus identidades – dice el sociólogo británico Stephen Frosh (1999) – la gente echa mano de recursos culturales disponibles en sus redes sociales inmediatas y en la sociedad como un todo”. De este modo queda claro en qué sentido la cultura es la fuente de la identidad. Pero demos un paso más: la identidad de la que hablamos no es cualquier identidad, sino la identidad sentida, vivida y exteriormente reconocida de los actores sociales que interactúan entre sí en los más diversos campos. Y sabemos, desde Robert K. Merton (1965), que sólo pueden ser actores sociales, en sentido riguroso, los individuos, los grupos y los que él llama “colectividades” (y Benedict Anderson “comunidades imaginadas”), como las iglesias universales y la nación. La capacidad de actuar y de movilizarse (o ser movilizado) sería uno de los indicadores de que nos encontramos ante un verdadero actor social. Una nación, por ejemplo, puede ser movilizada en función de un proyecto nacional o en vista de su autodefensa en caso de guerra. Para avanzar en nuestra reflexión, necesitamos introducir ahora una distinción fundamental entre identidades individuales e identidades colectivas, aunque tengamos que reconocer al mismo tiempo que no se trata de una dicotomía rígida, ya que – como pronto veremos – las identidades colectivas son también componentes de las individuales a través de los vínculos de pertenencia a diferentes grupos. Ya decía Marx en su sexta tesis sobre Feuerbach que el individuo es el conjunto de sus relaciones sociales. La importancia de esta distinción radica en lo siguiente: la identidad se aplica en sentido propio a los sujetos individuales dotados de conciencia y psicología propia, pero sólo por analogía a las identidades colectivas, como son las que atribuimos a los grupos y a las colectividades que por definición carecen de conciencia y psicología propia. Esta observación resulta particularmente relevante en México, donde existe una tradición de lo que podría llamarse “sociología literaria”, que desde Samuel Ramos hasta Octavio Paz se ha esforzado por descubrir los rasgos psicológicos generadores que supuestamente definirían la identidad del mexicano: el “complejo de inferioridad”, la “soledad” o incluso, según algunos antropólogos contemporáneos, la “melancolía”. Más aún, en los informes de una reciente encuesta nacional realizada en México se llega a psicologizar subrepticiamente a la “juventud mexicana”, que es una categoría estadística, en el sentido de Merton, pero no un actor social.
Fuente: GIMENEZ Gilberto. 2011 Cutlura, identidad y procesos de individualizacion. UNAM. México
http://conceptos.sociales.unam.mx/conceptos_final/625trabajo.pdf?PHPSESSID=a2c966a8fe8efdcba3f365f98e8b9225
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